Capítulo 3:
«El
camino del bosque»
Los
primeros rayos de sol de una esplendida mañana despertaron a Iris.
Comenzó a vestirse mientras escuchaba el melodioso trino de los
pájaros. Luego de
atarse los cordones de sus zapatillas tomó la flor de siete colores
que se hallaba sobre la mesita al lado de la cama, y comprobó
sorprendida que se había vuelto muy rígida, tanto el tallo como sus
pétalos parecían haberse convertido en piedra.
–Es
su método de defensa –dijo una voz desde la puerta.
Estaba
tan concentrada en la flor que no había visto a Saila entrar en la
habitación.
–No
entiendo... –dijo Iris.
–Pues
es bastante simple. Si un animal se come la flor, esta se petrifica
en su estomago... y ya te imaginaras el problema que eso le traería.
–¿Y
los animales se mueren al comerla? –preguntó pensando en la peor
de las consecuencias.
–La
verdad es que es difícil saberlo, ningún animal las come hoy en
día. Supongo que hace mucho tiempo sí lo hacían pero, luego de que
la flor comenzara a petrificarse después de ser cortada, deben de
haberse buscado otra cosa para comer –le
dijo sonriendo.
Iris
también sonrió. La flor parecía exactamente la misma, tenía el
mismo peso, y no había perdido el color ni el brillo. Lucía
exactamente igual que cuando la había cortado.
–¿Cuanto
tiempo se mantendrá así? –le
preguntó la niña.
–Dudo
que pierda color o siquiera se rompa en muchos, pero muchos años.
Los lariunis cortan una flor y la colocan en la entrada de cada nueva
casa que construyen, y allí se mantiene durante generaciones. Apenas
puedes notar la diferencia entre las flores recién cortadas de las
que datan de la fundación de la ciudad.
–Cuanto
tiempo hace de eso?
–Unos
mil años, mas o menos. Así que ten por seguro que esa flor estará
en tu familia por mucho, mucho, tiempo.
Iris
sonrió y se ató la flor en el cabello con la misma hebilla que
había usado el día anterior.
–Bueno,
el desayuno esta listo. Pero antes de que bajes quiero que hablemos
un poco.
Iris
recordó la conversación que había escuchado el día anterior, y la
decisión que había tomado al respecto.
–Yo...
–comenzó a decir.
–No
digas nada, ya se. Nos escuchaste hablar anoche, y por eso quiero
aclarar las cosas antes de que tomes una decisión.
La
niña no podía entender como se habría enterado, no habían dado
señal alguna de haberla descubierto.
–Pocas
cosas pueden suceder en esta casa sin que me entere –le
afirmó Saila, adivinándole el pensamiento. –Ahora lo importante
es que aclaremos la cosas. No voy a hablarte con rodeos ni a tratarte
como a una niñita pequeña. La cruda verdad es que, mientras
hablamos, hay todo un pueblo en peligro... Los niños no están
hechos para gobernar. Para un niño todo suele
ser
un juego y, realmente, gobernar dista mucho de serlo. Pero,
irónicamente, aquí estamos, recurriendo a un niño para arreglar
los desastres hechos por otro niño.
–Pero...
yo no sabría como –se
excusó
Iris.
–Escúchame,
se bien que tú no eres como Francisco, lo demostraste en el bosque
al ayudar a Markius. De lo contrario ya te habría mandado de vuelta
a tu mundo, sin dudarlo. Lo que te pido es simple, se reina durante
un tiempo y luego haré que el Kilaerium te devuelva a tu mundo.
–¿Cuanto
tiempo?
–El
que se necesite para que Francisco ruegue por volver al suyo.
–¿Y
como vamos a lograr eso?
–Pues...
hemos estado pensando en un pequeño plan.
La
mañana lucía esplendida en el claro. Rosmak se había ocultado y en
su lugar brillaba un sol de verano. Los pájaros cantaban alegremente
retomando la misma sinfonía que Iris había escuchado el día
anterior. La niña se hallaba en la puerta de la cabaña junto Saila,
lista para partir. Markius ya había comenzado a caminar hacia el
bosque en dirección al sendero que la
dama
del bosque
les había recomendado. Este era un sendero ancho y fácil de
transitar que se extendía en dirección este y terminaba en los
lindes del bosque a varios
kilómetros al sur de la ciudad.
Saila
veía alejarse a Markius y en su rostro se reflejaban sus
sentimientos por él. Iris, habiéndolo notado dijo –Usted lo ama
¿Verdad?
– ¿Tanto
se me nota? –Preguntó
la mujer con una sonrisa.
–Y...
bastante –respondió
la niña riendo. –No se preocupe creo que el siente lo mismo por
usted.
–Lo
se, mi niña... lo se
–dijo
y luego le dio un beso en la mejilla. –Y ahora vete, cuanto antes
lleguen a la ciudad, mejor.
–Adiós
y gracias –dijo Iris mientras se apresuraba para alcanzar a
Markius.
Ambos
tomaron el sendero caminando a buen paso. Tenían una marcha de
varias horas por delante. Si mantenían el buen paso, llegarían a la
ciudad a la caída del sol.
Mientras
marchaban iban conversando, haciendo comparaciones entre los dos
mundos, el de Markius y el de Iris.
–¿El
Rosmak de tu mundo es blanco con manchas grises? Increíble, debe de
iluminar mucho más que el Rosmak de aquí.
–No
tanto. Algunas noches es mas pequeña, como si le faltara un pedazo,
y otras incluso no aparece para nada. Algo sobre las fases y no se
que, que me explicó mi papá una vez.
–Claro,
aquí también pasa. Ahora Rosmak se muestra completo pero pronto su
lado izquierdo comenzará a ensombrecerse, y
surgirá
en el horizonte cada día más temprano, hasta que ya no se pueda
ver.
Así
fueron charlando hasta que hicieron un alto a media mañana para
descansar un rato.
Los
pájaros seguían cantando con la misma intensidad y entre medio de
las ramas de un árbol próximo Iris pudo ver a otro par de ardillas
violetas saltar de rama en rama a una velocidad impresionante. Eran
lamnius, le explicó Markius, y existían tres tipos que se
diferenciaban principalmente por el color de su pelaje. Las violetas
eran las más comunes, pero también había unas de color verde
oscuro: más pequeñas y que suelen vivir en lo profundo del bosque;
y las amarillas: muy similares en tamaño y forma a las violetas pero
que prefieren vivir entre los pastizales del sur.
De
pronto, Markius se puso de pie, alarmado. Su vista estaba clavada en
algún punto entre los arboles del lado sur del camino. La niña lo
imitó intentando descubrir cual era el problema.
–Iris...
¡Corre! –le
ordenó Markius.
La
niña no se hizo esperar y comenzó a correr con todas sus fuerzas
siguiendo el camino hacia el linde este del bosque. Si su amigo le
decía que corriese así sin más, debería ser porque existía algún
peligro realmente grave, un animal hambriento o quizás algo mucho
peor. Y no se equivocó, luego de avanzar unos pocos metros sintió
que algo grande la golpeaba en su costado haciéndole
caer al suelo.
Al
volver la vista se encontró con el rostro de una bestia que le hizo
helar la sangre. Sus grandes ojos felinos color ámbar y sus afilados
colmillos aserrados eran suficientes como para aterrorizar al más
valiente de los hombres. La bestia acercó su hocico hasta el rostro
de Iris y la niña sintió un escalofrío cuando comenzó a
olfatearla.
–¡Déjala!
–gritó
Markius al tiempo que le lanzaba una roca.
El
pedrusco golpeó al animal en un costado y este lanzó un rugido tan
fuerte que Iris tubo que taparse los oídos.
La
bestia volteó y saltó sobre Markius. La pobre marioneta cayó al
suelo, debajo del animal. Entonces, Iris, pudo ver bien a la bestia.
Parecía ser algún tipo de felino muy grande, más grande que un
león. Tenía el pelaje crispado de color cyan intenso con vetas
azules.
–¡Corre
Iris! ¡Sálvate! –le
escuchó gritar.
La
niña se puso de pie. Su instinto la incitaba a salir corriendo pero
su corazón insistía en que debía ayudar a su amigo de alguna
forma... ¿Pero como?
Miró
a su alrededor en busca de algo que pudiera usar como arma. Cerca
suyo vio una rama bastante gruesa que podría usarse como garrote. La
tomó rápidamente.
–¡Suéltalo!
–gritó
con todas su fuerzas al tiempo que golpeaba el garrote contra uno de
los arboles.
Quizás
si hacía mucho ruido y se mostraba amenazante, la bestia se
marcharía. Solo rogaba porque no estuviese lo suficientemente
hambrienta como para quedarse y luchar.
–¡Fuera!
¡Vete! ¡Fuera! –siguió gritando la niña.
La
bestia volteó su cabeza y la miró fijo. Iris no se dejó amedrentar
y siguió gritando. Si mostraba miedo, la bestia de seguro la
mataría.
–¡¿Crees
que eso va a asustarme?! –exclamó
el animal en medio de un rugido.
Iris
se qued. muda.
–Tendrías
que enseñar mejor a tu mascota, lariuni. Si sigue gritando lo único
que logrará será que los mate a los dos en vez de solo a ti –dijo
con voz amenazante.
–Vete,
Iris... –volvió
a exclamar Markius con un hilo de voz.
– ¿Por
qué no escuchas a tu amo, pequeñaja, y te largas de una buena vez?
–le
sugirió la bestia.
Iris
lo ignoró, su mente estaba ocupada tratando de adaptarse a la
situación. Un animal que hablaba, eso si que no se lo esperaba.
¿Pero como usarlo a su favor? El garrote ya no era una opción,
aunque pensó que, por las dudas, era mejor no soltarlo. Tendría que
encontrar la manera de razonar con el animal.
–Déjelo,
por favor –le
suplicó Iris.
–¿Porque
iba a hacerlo? Este tonto lariuni osó atacarme, esa es una ofensa
que se paga con la muerte.
–Pe...
pero él solo intentaba protegerme.
–¿Protegerte?
–Si,
trataba de impedir que me comiera.
–¡¿Que?!
¡Ja! Tonto, tonto lariuni, si no fueran tan arrogantes aprenderían
que a los tarrasis no nos gusta la carne, preferimos la madera.
Aprende la lección, pequeñaja, puede que la próxima vez eso salve
tu vida.
–Pero...
¿Entonces por que me atacó? –Preguntó ella confundida.
–No
te ataqué. Tú solo te pusiste en mi camino... Si lo hubiera hecho,
créeme que ahora estarías muerta.
–Entonces
solo fue un mal entendido, él no lo sabía, perdónelo. –Le volvió
a suplicar ella –Además dudo que una pequeña piedrita como esa
pueda haber lastimado a un grande y fuerte tarrasi como usted.
Iris
rezó porque la adulación fuera efectiva.
–Puede
que tengas razón, pequeñaja. En parte me da lastima que ni siquiera
tuviera el cerebro como para hacer algo un poquito más inteligente,
aunque fuese el solo usar una piedra más grande.
–¿Entonces
lo perdona?
–Si,
pero hay un problema...
–¿Cual?
–preguntó la niña maldiciendo para sus adentros.
–Que
no voy a negarme un bocado cuando lo tengo justo a mi alcance.
¡Lo
que faltaba, con tanta madera que había a su alrededor y tenía que
encapricharse con comerse a Markius!
–No
se lo coma, haré lo que sea... –Le pidió desesperada.
–¡Ja!
Como si hubiera algo que pudiera querer de una simple mascota
pequeñaja como tú... –dijo al tiempo que levantaba su garra para
golpear a Markius.
–No
soy su mascota. ¡Soy su reina! –dijo con firmeza.
Ella
no supo porqué pero de repente comprendió que si no comenzaba a
jugar su rol desde ese momento, ya no habría nada que pudiese hacer
por su amigo y su pueblo.
El
tarrasi la miró a los ojos.
–¿Tú
eres una humana? Con razón no reconocí tu olor...
–Sí,
soy una humana y como tal, reina del pueblo de Lariún. Créame que
estoy dispuesta a hacer lo que sea para que le perdone la vida a
Markius –dijo
con voz solemne y rogando porque fuera suficiente como para que el
tarrasi se replanteara la situación.
–Mmm...
me estas diciendo que me concederías cualquier favor, el que sea,
sin condiciones...
–Siempre
que este al alcance de mis posibilidades, sí.
–Bueno...
eso es diferente... esta bien... acepto. –dijo
al tiempo que daba un saltito hacia atrás y dejaba libre a Markius.
–El
lariuni es testigo. Tú, reina del pueblo de Lariún, me concederás
un favor a cambio de la vida de tu vasallo, cuando y donde yo lo
disponga, siempre y cuando se halle dentro de tus posibilidades. ¿Lo
juras?
–Sí,
lo juro –dijo,
Iris con determinación.
Sabía
que se estaba metiendo en un embrollo que le costaría muy caro pero
la verdad era que no le quedaba otra opción. Ese animal bien podría
matarlos a los dos con tanta facilidad que un solo favor no sonaba
como un precio tan alto.
El
tarrasi comenzó a alejarse por el camino en la misma dirección que
ellos debían seguir. Iris se acercó a Markius y le ayudó a
incorporarse mientras se aseguraba de que no estuviese herido.
–Gracias
–le dijo él.
Ella
le sonrió.
–No
hay porqué –dijo
y luego le preguntó– ¿Esperamos a que se aleje antes de seguir?
La
grave voz del tarrasi se
adelantó a la respuesta de
Markius.
–¿Piensan
quedarse todo el día ahí parados?
Ambos
lo miraron desconcertados.
–Le
prometí a Saila que escoltaría a “su majestad” hasta fuera del
bosque así que ¡Andando!
La
niña dudó un momento pero luego comenzó a seguirlo.
–Espera,
Iris –la detuvo Markius. –No
me fío de él.
–¿Por
qué habría de mentir? –razonó ella. –Si Saila lo envió es
porque confía en él.
–Ah
¿Sí?
¿Entonces por qué nos atacó?
–Eso
es lo que pienso averiguar –respondió ella.
Caminaron
por un buen rato, dejando que el tarrasi encabezara la marcha. Iris
fue acercándose a él lentamente, como quien no quiere la cosa,
hasta que lo tubo a su lado. Había estado todo el tiempo pensando
como preguntarlo y al fin se decidió por el modo directo.
–¿A
que vino todo el teatro, entonces?
–Ya
te dije, tú te me cruzaste y el cabeza de aserrín me lanzó una
piedra.
–Pero
lo de querer comértelo...
–Hablando
de comida ¿Vas a comerte eso? –preguntó él haciendo alusión a
la rama que ella, sin ser consciente, aún llevaba en la mano.
–Eh...
no –contestó extendiéndosela.
El
terrasi la trituró en cuestión de segundos, dejando apenas algunos
rastros de aserrín en el camino. Iris no pudo evitar sobrecogerse al
tomar consciencia de la fuerza que ese animal debía tener en sus
mandíbulas.
–Mira
a tu alrededor, con tantos arboles crees que perdería el tiempo
cazando lariunis –exclamo él y luego agregó en voz baja– eso
sin contar el hecho de que los lariunis saben muy mal, créeme.
–Entonces
¿Por qué...?
–Porque
me agredió. Siempre tienes que hacerte respetar, y aveces la única
manera es dándoles un buen susto.
O
sea que le había hecho prometer que le haría un favor a cambio de
“nada”, pues en ningún momento había peligrado la vida de
Markius.
– ¿Eso
quiere decir no te debo ningún favor? –Aventuró ella.
–Oh,
no, de eso nada. Una promesa es una promesa, no se puede romper sin
el consentimiento de todas las partes implicadas y yo no lo
consiento. La próxima vez intenta obtener más información antes de
negociar –le
replicó él, y luego añadió nuevamente en voz baja– Aunque, si
lo piensas bien, cuando el resto del pueblo se entere que rescataste
a uno de ellos de las garras de un tarrasi, de seguro que van a
admirarte y respetarte.
Iris
reflexiono un momento, quizás tuviera razón, pero
no lo sabría a ciencia cierta hasta que llegaran a la ciudad.
Iba
a hacerle otra pregunta cuando el tarrasi se detuvo de repente.
–¡Silencio!
–exclamó mientras volteaba su cabeza en dirección norte. La niña
notó que Markius hacia lo mismo. Se quedaron un momento en silencio,
entonces se le hizo evidente de que algo malo pasaba en el bosque.
Demasiado silencio, los pájaros habían dejado de cantar y no había
ningún animal a la vista.
Una
brisa llegó hasta ellos y la niña notó un débil olor a humo en el
aire.
–¿Un
incendio? –preguntó en voz baja.
Los
otros dos ignoraron la pregunta.
–¿Cuanto
tiempo crees que tenemos? –le
preguntó Markius.
–Ninguno,
ya deben estar sobre nosotros –le
respondió el tarrasi.
–Entonces
cumple la promesa que le hiciste a Saila –exclamo el lariuni
mientras levantaba a Iris con un rápido movimiento y la sentaba a
lomos del animal.
–¡Sujétate
fuerte! –le
ordenó el tarrasi al momento que salía disparado como una flecha
siguiendo el camino, corriendo a una velocidad de vértigo.
–¡No!
¡Markius! –gritó ella.
–No
te preocupes por él, sabe cuidarse solo –le llegaron las palabras
del terrasi. –Por
quien debes preocuparte es por ti, así que cierra la boca y sujétate
con fuerza porque el viaje va a ser muy movido.
Iris
se aferró con fuerza al pelaje áspero del animal, suerte para ella
pues de haber sido suave y sedoso sus manos habrían resbalado por
los fuertes movimientos, haciendo que se soltara.
No
pasó mucho tiempo antes de que comprendiera lo que sucedía. El aire
se llenó de crujidos y retumbos, y pudo ver como en su camino se
cruzaba un árbol o cosa
parecida.
El tarrasi lo esquivó con gran maestría y siguió como si nada.
Entonces todo empeoró.
Los
ruidos se multiplicaron volviéndose ensordecedores, a Iris le
hubiera gustado taparse los oídos pero sabía que si dejaba de
sujetarse fuertemente al pelaje acabaría siendo expulsada y
terminaría estrellándose contra el suelo de una forma harto
dolorosa.
El
camino se oscureció y más árboles comenzaron a cruzárseles. Iris
podía ver troncos y ramas repletas de hojas que se balanceaban
mientras que el tarrasi corría ágilmente entre ellos,
esquivándolos. Poco a poco fue distinguiendo formas más
definidas, un brazo, una pierna, pies y manos nudosas.
Los
retumbos de sus pasos eran atronadores. En un momento sintió que el
tarrasi se inclinaba, saltaba y se volvía a impulsar con un árbol
que se hallaba a la vera del camino para luego caer de nuevo en él y
seguir corriendo con ritmo veloz.
Los
brazos de los arbóreos pasaban por encima de ellos obligando a Iris
a bajar la cabeza. En un momento una rama rozó su mejilla
produciéndole un pequeño corte, ella apretó los dientes para
aguantarse el dolor y se aferró al pelaje con mas fuerza.
Ahora
sabía lo que había sucedido. El incendio había asustado a los
arbóreos produciendo una estampida y ellos habían quedado justo en
medio de su paso. Markius supo enseguida que ella no podría salvarse
sin la agilidad y los reflejos del tarrasi, así que decidió
quedarse atrás y
confiar
en él, cosa
que en otras circunstancias de
seguro
no habría hecho. Pobre Markius, solo podía tener esperanza y rogar
porque estuviera bien.
El
tarrasi siguió esquivando arbóreos, pero al pasar los minutos
comenzó a dar signos de cansancio. Iris dudó en cuanto al tiempo
que podría llegar a aguantar antes de caer extenuado. La niña
acercó su cabeza a la suya y le comenzó a decir palabras de
aliento.
–¡Fuerza!
¡Tu puedes! ¡Falta poco, aguanta!
De
pronto el tarrasi aceleró, delante parecía haber un árbol caído
bloqueando el camino. Al acercase pudo ver que este intentaba
incorporarse, debía de tratarse de un arbóreo que habría tropezado
presa del pánico. El animal dio un salto tan fuerte que la niña no
pudo evitar hundir el rostro entre su pelaje, cayó sobre el arbóreo
y volvió a saltar. Iris sintió como si el corazón le ascendiera a
la garganta cuando comenzaron a caer. Cerró los ojos antes del
impacto y sintió como se sacudía todo su cuerpo cuando tocaban
tierra.
El
tarrasi siguió corriendo pero ella ya no volvió a abrirlos, estaba
aterrada. Así que buscó refugio apretándose más contra el pelaje
del animal y no supo cuanto tiempo pasó antes de que todo terminara.
–Ya
pasó, puedes bajar... –le dijo con voz pausada.
Ella
abrió los ojos y se deslizó hasta que sus pies tocaron el suelo,
sentía su cuerpo agarrotado por la tensión a la que lo había
sometido. El tarrasi se dejo caer sobre la hierba. Habían cruzado
los lindes del bosque y delante, Iris, pudo ver como los pastizales
se extendían hasta el horizonte, de color azul intenso y con
reflejos rojizos que destellaban cuando eran movidos por la brisa. El
sol se hallaba en lo alto así que calculó que ya debía ser el
mediodía.
–Necesito
tomar un descanso, luego seguiremos hasta la ciudad.
–¿Crees
que Markius...?
–No
te preocupes, nos alcanzará pronto –la
tranquilizó él.
– ¿Sabes?
Nunca me dijiste tu nombre.
–Íthar...
–Respondió antes de quedarse profundamente dormido.
La
niña se sentó sobre la maleza junto al gran animal mirando hacia el
bosque, esperando que Markius se asomara de entre los arboles con su
andar despreocupado como si una estampida de arbóreos fuera algo de
todos los días.
La
respiración acompasada del tarrasi, fue haciéndole efecto de a poco
y finalmente se quedó dormida con la cabeza apoyada sobre su pelaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario