"El
pique"
El sol pegaba sobre el
muelle con la fuerza del mismísimo infierno. El sonido de decenas de
chicharras solo confirmaban que el calor no iba a menguar para nada
durante el resto de la tarde.
Ricardo le dio una vuelta al
ril para tensar la tanza de la caña de fondo. La pesca era una de
sus mayores pasiones. Desde que llegaba al pequeño recreo se
instalaba en el muelle y no lo abandonaba hasta que fuera hora de
irse, incluso cada partida iba acompañada de insistencias de sus
familiares y amigos.
El primero en bajar del auto
y el último en subir. “José Muelle” lo había apodado su
suegro.
El río estaba calmo y
debido a unas lluvias recientes se hallaba crecido. Pero por una
extraña razón la mañana se había ido sin un solo pique; y no
existe cosa más frustrante para un pescador de alma que el hecho de
que los peces no quisiesen dar ni la más mínima pelea, y con el
pasar de las horas la bronca solo lograba acrecentarse.
Por suerte el mediodía daba
lugar para un tradicional asadito, que brindaba una pausa para
despejar la mente y dejar de hacerse las típicas preguntas: ¿Sera
la carnada? ¿Habré tirado muy cerca o muy lejos? ¿Será el
anzuelo? ¿Será por el tarado ese que está haciendo ruido?
Y sí, siempre hay uno...
Pero el asado, si bien había
estado bueno, ya había pasado y ahora lo único que le rondaba en la
cabeza era el eterno dilema: ¿Por qué no pican?
Las horas pasaron hasta que
el sol se acercó peligrosamente al horizonte amenazando con la
llegada de la hora de la partida.
No supo si fue por el viento
que cambió de dirección, o porque el idiota de más allá dejó de
hacer ruido, o simplemente porque el dios Poseidón de apiadó de su
mala suerte, pero ese pique tan ansiado finalmente llegó.
Fue un tirón tan fuerte que
dobló visiblemente la caña, la tomó con fuerza y dio inicio a la
batalla. Una lucha digna de ser contada por la pluma épica de
Homero. Las voces de los alrededores se apagaron, solo existían él
y el pez, que digo un pez, un demonio del agua que no entregaría
fácilmente su vida.
La lucha se volvió eterna,
parecía que las fuerzas de ese leviatán eran infatigables. Supo
vender caro cada centímetro que lo separaba del muelle. De refilón
pudo ver a su cuñado acercándose a la carrera. El muelle estaba
alto, por lo que le traía el mediomundo para ayudarle a levantar al
pez sin arriesgarse a perderlo mientras lo izaba.
“Espero que no me lo hagas
perder como la vez pasada” pensó fugazmente, recordando un mal
momento del pasado.
El mediomundo toco el agua y
esperó, el ril seguía recogiendo la tanza y por fin el pez se
rindió. Antes de darse cuenta, la bestia ya estaba sobre el muelle.
Los años pasaron y el
nombre de la especie del pez se perdió en el recuerdo pero, cada vez
que Ricardo recordaba ese día, siempre exclamaba con exaltación:
¡Que pique, señor! ¡Que
pique!
Fin.
Dedicado con todo cariño
a Ricardo Elbio “Jose Muelle” Salvucci en su cumpleaños, 1º de
mayo de 2011
G.
A. García Xaubet
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