Capítulo
2:
«La
Dama del Bosque»
Habían
caminado más de una hora desde la puesta del sol. Iris no podía ver
por donde iban, por lo que iba tomada de la mano de Markius. Notaba
la superficie de sus dedos totalmente lisa y libre de astillas, y
sus articulaciones se sentían como la textura de una hoja de árbol.
Una
suave calidez emanaba de su mano, casi como si fuera la de cualquier
otro ser humano; y
eso,
sumado al hecho de que le avisaba de cada obstáculo en el camino, le
hacía sentir una gran seguridad.
Markius
parecía conocerlo muy bien, pues caminaba sin dudar, doblando en
senderos que apenas serían visibles a la luz del día y por lo tanto
imposibles de reconocer durante la noche. Pero, aun así, ninguno se
le escapaba.
–Debes
de tener una vista increíble, yo no llego ni a verme los pies.
–Bueno,
a decir verdad, no estoy mirando.
–¿Que?
–preguntó
Iris confundida.
–Digo
que camino con los ojos cerrados –le
contestó simplemente Markius.
–¿Y
cómo haces para no tropezarte o saber por donde vas?
–Los
árboles y plantas me dicen por donde ir.
– ¿Puedes
hablar con las plantas? –preguntó
asombrada.
–Bueno,
no. Es solo una expresión. Tan solo puedo sentirlas y así saber
donde están. Es como si una imagen se dibujara en mi mente
mostrándome toda la vida que puebla el bosque a mí alrededor.
Iris
se quedó muda del asombro.
–Es
increíble –dijo
luego de un momento.
–No
se... para cualquier lariuni es algo de lo más normal. Pero si los
humanos no pueden hacerlo entonces puede que sí, quizás sea algo
bastante especial... ten cuidado con esta roca...
–Eh...
¿Como haces para sentir las piedras si no están vivas?
–preguntó
suspicazmente–.
–Es
que no las siento. Solo percibo la hierba que crece envolviéndola,
creando un espacio que puedo reconocer como una roca o algo similar
–le
explicó él.
–O
sea que lo adivinas –dijo
ella sonriendo.
–No,
tan
solo lo deduzco –la
corrigió
él.
– ¿Falta
mucho para que lleguemos a...? Bueno, aún no me dices a donde vamos.
–Vamos
a hacerle una visita a la dama del bosque.
– ¿Y
vive lejos esta dama del bosque?
–Ya
casi llegamos, solo un par de minutos más de marcha.
Al
poco tiempo Iris comenzó a notar que una tenue luz azul se filtraba
a través de las copas de los árboles iluminando un poco del paisaje
que la rodeaba y permitiéndole distinguir algunas formas.
–Esa
luz... ¿De donde proviene?
–Pues
de Rosmak... ya casi llegamos.
Efectivamente,
a los pocos metros se abría un claro totalmente bañado en esa
extraña luz azul y en el centro de este había una gran cabaña.
Cuando
alcanzaron el claro, Iris levantó la vista buscando el origen de la
luz y el descubrimiento la asombró. A su izquierda, brillando en el
cielo, se encontraba un enorme disco azul, con algunas pequeñas
manchas blancas, verdes y marrones.
–Es
hermoso… –dijo
la niña en un susurro.
Markius
no pareció oírla pues siguió caminando resueltamente hacia la gran
cabaña, Iris lo siguió volviendo la mirada varias veces hacia el
gran Rosmak. No había lugar a dudas, ya no se encontraba en su
mundo. Pues, en el mundo de Iris, lo único que acompañaba a las
estrellas por la noche era un disco blanco con machas grises que los
humanos llaman Luna.
Markius
se detuvo frente a la puerta de la gran cabaña donde la niña
suponía
que debía
vivir
la dama del bosque y golpeó tres veces y, luego de una pausa, unas
cuatro más. Ambos oyeron unos pasos presurosos que venían de
adentro y se detenían frente a la puerta. Acto seguido esta se
abrió. Entre las sombras pudieron ver la silueta de una mujer que se
quedó extrañamente inmóvil durante un momento, Iris intuyó de que
era por su presencia, y luego les hizo señas para que pasaran.
La
única luz que había dentro era la que Rosmak lograba filtrar a
través de las cortinas de las ventanas. Se encontraban en una
especie de sala de estar. La niña podía llegar a ver un par de
sillones, una mesita y lo que parecían ser estanterías con libros.
Había también una escalera que conducía a la planta alta y un
pequeño hogar apagado.
–Buenas
noches Saila, siento la tardanza pero tuve problemas con la guardia
del rey. Si bien lo conseguí y aún lo tengo, creo que ya no va a
ser necesario –se
excusó Markius.
–Seré
yo y no tú quien lo decida, Markius –respondió
la mujer secamente, mientras encendía una lámpara de aceite.
Por
un momento la niña pensó que se encontraba frente a una mujer de su
misma especie pero aunque sus facciones eran idénticas a las de una
mujer humana, el color verde oliva de su piel la delataba.
–Síganme
–les
ordenó la mujer.
Iris
dudó pero, al ver que Markius la seguía sin chistar, hizo lo mismo.
La mujer los condujo por un corto pasillo directamente a la cocina.
Iris le dio un vistazo al lugar. Era bastante grande. Con una gran
mesa de madera en el centro y algunas sillas a su alrededor. A la
izquierda de la puerta del
pasillo había
lo
que parecía ser una
cocina a leña y en la pared opuesta un gran mueble con vajilla y
utensilios de cocina, y una puerta entreabierta que, quizás
conducía
a
la despensa. En la pared frente a ellos había tres ventanas y una
puerta que daba a la parte de atrás de la cabaña. Con un gesto la
mujer los invitó a sentarse a la mesa.
–Bueno,
lo mejor sería que primero nos presentaras –dijo
Saila dirigiéndose a Markius.
–Por
supuesto. Iris te presento a Saila Taammi conocida también como “La
Dama del Bosque”. Saila, ella es Iris.
–Es
un gusto conocerla, señora –dijo
la niña con un poco de vacilación.
Había
algo en la presencia de Saila que lograba intimidarla.
–Bueno…
solo espero que lo sea para mí también –contestó
ella, simplemente.
–En
fin, Saila… ¿Qué te parece? –preguntó
Markius, de la nada.
–Pues
me parece que, como buen lariuni que eres, te olvidas de que los
humanos necesitan cenar algo antes de irse a dormir
–le
contestó con una media
sonrisa.
Saila
se levantó y fue a la despensa a buscar algo de comida. Iris la
aceptó de buen gusto, pues la caminata le había abierto el apetito.
La comida consistió principalmente en pan y un par de diferentes
tipos de queso, y una ensalada de frutas que le preparó en el
momento.
Markius
no comió nada, solo le aceptó una pequeña jarra con un líquido de
un ligero tinte verdoso.
–Savia
de Rhadagán –dijo
la marioneta ofreciéndole a Iris.
– ¿Rhadagán?
–le
preguntó, ella.
–El
Rhadagán es el árbol típico del bosque.
La
niña probó un poco y frunció el ceño. Era extremadamente dulce y
empalagoso, más de lo que podía soportar.
–Gracias,
pero no… –le
dijo a Markius y luego se tomó tres vasos de agua para lograr
sacarse el gusto de la savia.
Al
finalizar la cena, la niña volvió a dar las gracias.
–Bueno,
Iris –comenzó Saila– sé que debes tener muchas preguntas pero
debes esperar a la mañana. Ahora es muy tarde y supongo que tus
padres no consentirían que siguieras despierta a estas horas.
–Pero,
al menos, me gustaría saber como es que llegué a este lugar.
La
mujer la miro con seriedad por unos segundos.
–Bien,
pero solo eso. Aunque, créeme, esa pregunta es la menos importante
–aceptó
Saila. –Lo que te trajo a esta tierra fue el “Kilaerium”.
– ¿Kilaerium?
–preguntó,
Iris, intrigada.
–Sí,
y ahora es hora de dormir.
–Pero…
¿Que es un Kilaerium?
–Tendrás
que esperar hasta mañana.
–Pero…
–Nada
de “peros”. Sígueme, te llevaré a tu habitación –dijo
mientras tomaba la lámpara.
Iris
se levantó de la mesa y la siguió, pensando que con la intriga no
iba a poder pegar un ojo en toda la noche. Markius, en cambio, se
quedó en la cocina.
Saila
la condujo de nuevo hasta la sala de estar y luego por las escaleras
hasta la planta alta. Delante de las dos se abría un pasillo que
conducía a las habitaciones.
–Esta
es mi habitación –dijo
Saila señalando la primera puerta a su derecha. –Tú
dormirás en esta otra.
Saila
abrió la puerta que se hallaba frente a su habitación y entró.
Iris la siguió. El cuarto era pequeño, había solo una cama, un
ropero y una mesita de luz. La luz azulina de Rosmak se colaba por la
ventana iluminando toda la habitación, inundandola
con un aura casi mágica.
–Se
que no es mucho, pero por una noche bastará. Ahora, se buena y
duerme pues mañana te vendré a despertar temprano para que hablemos
–y,
apenas dicho esto, salió del cuarto.
Iris
se quitó las zapatillas rápidamente y se acercó a la puerta para
pegar su oído a ella. No iba a permitir que la dejaran con la
intriga, estaba dispuesta a tratar de averiguar todo lo que pudiera a
como de
lugar.
Cuando
los pasos de Saila se apagaron, abrió la puerta lentamente
procurando no hacer ni el más mínimo ruido. Un leve murmullo
parecía venir de la sala de estar. Se acercó sigilosamente hasta la
escalera, bajó unos cuantos escalones hasta el descanso y pudo
contemplar a Markius sentado en el sofá hablando con Saila que se
hallaba parada frente al hogar apagado con la vista perdida en él.
Las voces se oían bajas pero comprensibles.
–Lo
siento Saila, se que no fue como lo planeaste pero entiende que no
tuve elección. La guardia del Rey me comenzó
a alcanzar
cuando entré al bosque y… –intentó justificarse él.
–No
es excusa, sabes bien que yo habría salido a buscarte en la mañana.
Te lo dije cientos de veces, el Kilaerium no debe ser usado a la
ligera. Acabas de condenar a tu pueblo –sentenció
Saila.
–No,
no lo creo. Ella es diferente –se
defendió Markius, su voz de verdad sonaba esperanzada.
– ¿Cómo
puedes estar tan seguro de ello? ¿Cómo sabes cual será su reacción
cuando sepa que tiene total control sobre tú y tu pueblo? ¿Como
puedes siquiera estar seguro de que no va a tomarlos como simples
juguetes para satisfacer sus tontos caprichos? –Cuestionó ella.
–La
niña es diferente –repitió, Markius. –Incluso
ató mis cuerdas para que pudiera volver a moverme. Se que es
diferente. ¡Se que ella nunca se pondrá de acuerdo con él!
–Terminó tajante.
–Te
arriesgas demasiado… Volcar todas tus esperanzas en un tecnicismo
de la ley de tu pueblo no es una apuesta segura. Debiste seguir mi
plan. Yo podría haberlo hecho volver a su mundo usando el Kilaerium.
No estoy atada a la ley de tu pueblo y para mi no habría
consecuencias –dijo
cansinamente.
–Pero
para mi sí, Saila. Robar el Kilaerium me costaría
el destierro.
–Tú
estuviste de acuerdo en que eso era mejor que dejar sufrir a tu
pueblo por los caprichos de un niño malvado –le
recordó Saila y
luego agregó con afecto. –Además sabes bien que siempre tendrás
un lugar en esta casa.
–Lo
siento, Saila –se excusó Markius –pero sabes bien que no es lo
mismo el decidir dejar a mi pueblo por estar a tu lado a tener que
resignarme a vivir aquí por no tener otro lugar al que recurrir.
Saila
exhaló un suspiro.
–Como
sea... supongo que ahora deberemos afrontar las consecuencias –dijo
con voz apagada.
Era
como si todo ese espíritu de lucha que había hecho intimidar a la
niña se hubiese desvanecido con un soplido.
– ¿Que
quieres decir? –preguntó
Markius.
Ella
volteó y se acercó a él.
–Porque
lo hecho, hecho está –dijo
mientras tomaba una de sus cuerdas y la ponía a la altura de su
rostro.
Markius
abrió los ojos de asombro, y comenzó a revisar sus otras cuerdas.
– ¿Cómo
es posible? Los nudos desaparecieron –exclamó
asombrado.
–Ay,
Markius –dijo
Saila con ternura. –Creo que aún no has llegado a entender el
poder encerrado en las leyes de tu pueblo. La ley lo dice claro, toda
orden debe ser emitida en común acuerdo entre el rey y la reina.
–Dices
entonces que…
–Sí,
Markius. Cuando Iris ató tus cuerdas se mostró en desacuerdo con la
orden que Francisco le dio a su guardia real. De esta forma la orden
de que cortaran tus cuerdas será
deshecha al punto de que todo rastro de ese mandato desaparezca
totalmente. Le pediste al Kilaerium una reina y una reina te
concedió. No hace falta una ceremonia de coronación, el solo pisar
esta tierra hizo que Iris se convirtiera en reina. Ahora solo nos
resta rogar porque la pequeña esté a la altura de su cargo.
La
niña se quedó sin aliento. ¿Ella, una reina? Estaban equivocados,
tenían que estarlo. Era una cosa de locos. Bueno… quizás había
soñado alguna vez con ser una princesa, pero… ¿Una reina? ¡Jamás!
En tal caso, la reina habría sido su madre y su padre el rey. Ella
sería una princesa, usaría los más hermosos vestidos, asistiría a
fiestas maravillosas y bailaría con su príncipe azul. Ese había
sido el sueño en el que más de una vez, había hecho partícipes a
sus muñecas.
Ser
reina era otra cosa. Era responsabilidad y trabajo. Era vivir para el
bien de toda la gente del reino. Era… aburrido…
Iris
volvió sobre sus pasos. Ya había escuchado suficiente y, para ser
sincera, creía que habría sido mejor no haber escuchado nada.
Sigilosa como un ratón, cerró la puerta cuando entró en su
habitación. La luz azulina aún lo iluminaba todo.
Se
acercó a la ventana y contempló la vista que esta le ofrecía. Las
hojas de los árboles parecían desprender unos hermosos brillos
plateados cuando eran mecidas por la suave brisa bajo la luz de
Rosmak. De verdad era un mundo mágico. Un mundo con árboles altos
habitados por ardillas violetas; flores multicolores; una ciudad de
marionetas que pensaban, hablaban y se movían por si mismas;
arbóreos; rilenuiles; un libro con leyes mágicas; un Kilaerium
(fuese
lo que fuese);
una dama cuyo color de piel hacía pensar más en una planta que en
un animal y vaya uno a saber que cosas más esperando escondidas a
ser descubiertas y de paso maravillarse con ellas.
Lo
había decidido, cuando llegara la mañana se disculparía con los
dos y le pediría a Saila que use el Kilaerium
para llevarla de vuelta a su mundo. Ella no podía ser reina. Además,
ya extrañaba a sus padres y de seguro ellos ya estarían muy
preocupados por su ausencia.
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