Capítulo
4:
«Esquivando
arbóreos»
Markius
echó a correr detrás del tarrasi, sabía que pronto se quedaría
atrás, pero la prioridad era mantener a Iris a salvo. Él se las
podía arreglar, no era la primera vez que esquivaba arbóreos, en su
juventud solía entrar al bosque con sus amigos y pasar las noches en
él, por la sola esperanza de toparse con alguno. Los jóvenes
siempre lo consideraron toda una aventura.
Fue
durante una de sus excursiones, cuando se separó accidentalmente de
sus amigos, que se cruzó por primera vez con Saila, “la dama del
bosque”, y desde ese momento ella comenzó a rondar en sus
pensamientos. Tantas estaciones habían pasado y seguía siendo tan
hermosa como el primer día.
Los
árboles se agitaron y la pierna de un arbóreo le cortó el paso. La
esquivó fácilmente y siguió a la carrera. Podía escuchar el
estruendo que hacían sus pisadas, en unos pocos segundos serían
demasiados, incluso para su vasta experiencia.
Una
nueva pierna se cruzó frente a él obligándolo a pararse en seco
y dar un salto hacia atrás para esquivar la otra pierna del
arbóreo. Se le había terminado el tiempo, delante y detrás
tronaban pasos de los gigantes de los bosques, como solía
llamárselos a veces, pronto no cabría ni una alfiler en medio de
esa estampida.
El
tarrasi ya había desaparecido de su vista y rogó porque cumpliera
con su palabra. Comprendiendo que el camino ya no era seguro, lo
abandonó torciendo hacia el sur. Tenía que mantener la distancia a
como diera lugar mientras buscaba un lugar donde
refugiarse.
Se
fue internando en el bosque más y más, esquivando los arboles,
arbustos y rocas, pero no era suficiente. A su lado pasaban las
piernas de los arbóreos, obligándolo a zigzaguear para que no lo
aplastaran,
haciendo
así
que
fácilmente perdiera
terreno. Para
peor no había ni señales de refugio alguno. Se habría conformado
con un tronco lo suficientemente robusto pero en esa zona no parecía
haber ninguno que pudiera soportar la envestida de un arbóreo.
Siguió
corriendo, volteando a cada momento para mantenerse fuera de sus
pasos, mientras pensaba una manera de salir de esa situación. Alguna
que no fuera justamente la que le había venido a la mente en un
principio. Era muy arriesgada y sabía que los que lo habían
intentado no habían salido bien parados del asunto.
¿Pero
que otra opción tenía? A su alrededor caían ramas rotas y troncos
arrancados por el paso de los arbóreos. Si seguía
así terminaría aplastado pero si lo
intentaba iba a necesitar mucha, muchísima suerte.
A
su lado cayó otro árbol y se salvó por los pelos de que, el
arbóreo que lo había tumbado, terminara pisándolo. No lo pensó
más y se decidió. Abrió bien los ojos buscando la oportunidad, y
la halló. A poca distancia encontró un árbol semi-tumbado que se
mantenía en pie apoyado sobre otro cercano creando una rampa
perfecta. Sin pensárselo dos veces trepó rápidamente por él
ayudándose con una mano mientras que en la otra asía fuertemente su
lónada y, al llegar a extremo, saltó.
Cuando
Iris despertó se encontró sola, la noche ya había caído. Rosmak
se alzaba sobre el horizonte y se veía mucho mas grande que en la
noche anterior. Se incorporó sobresaltaba. ¿Íthar la había
abandonado? No
se lo veía por ningún lado, aunque a
decir verdad,
no era mucho lo que se podía ver bajo la extraña luz azulina.
¿Y Markius? ¿Por qué no se había reunido ya con ellos?
Las
preguntas fueron cortadas por su estómago con un sonido que
reclamaba claramente un poco de comida. A lado del lugar donde ella
había estado durmiendo se
encontró con varias
frutas que parecían manzanas dispuestas con mucho cuidado sobre la
hoja grande de una
planta (al menos el tarrasi le había dejado algo de comer, pensó) y
a su lado había una especie de cuenco tosco hecho de madera con agua
cristalina. Sin pensarlo dos veces, se dedicó a saciar su hambre.
Las
supuestas manzanas tenían un sabor más parecido al de un durazno
que al de una manzana, pero no dejaban de ser exquisitas. Se bebió
toda el agua del cuenco y descubrió sorprendida que en el fondo
tenía una inscripción. “Come y espera”.
La
niña sonrió, no la había abandonado, Íthar volvería. Ahora solo
le quedaba la incógnita de saber qué le había sucedido a Markius.
Se volvió a recostar sobre la hierba mirando el cielo estrellado.
No se oían grillos, ni pájaros nocturnos, solo el sonido de la
brisa meciendo los pastizales. Buscó
algún conjunto de estrellas reconocible, pero llegó a la conclusión
que, al igual que la “luna” de este mundo, las estrellas debían
de ser diferentes.
Se
entretuvo uniéndolas como si de puntos se tratara, buscando formas,
y así pasar el tiempo mientras seguía el ascenso de Rosmak en el
cielo. Es posible que dormitara de a ratos ya que de pronto parecía
dar saltos en el cielo.
No
supo cuanto tiempo pasó exactamente, debieron de ser varias horas,
antes de que el tarrasi volviera.
–Temía
que no pudieras entender el mensaje. –le confesó él.
La
niña sonrió.
–No
te preocupes, tienes una linda letra. Pero sí me sorprendió el que
los tarrasis supieran escribir.
–Pues
sí,
la verdad es que no tenemos escritura alguna. Saila me enseño a
hablar y escribir en lariuni, para dejarnos mensajes cuando lo
necesitásemos. –Le explicó Íthar.
Iris
examinó nuevamente el cuenco, con extrañeza.
–No
entiendo. ¿Como puede ser que la escritura lariuni sea igual a la de
mi gente? –Preguntó casi para si misma y luego explicó –En mi
mundo se hablan muchos idiomas y algunos hasta
tienen
letras diferentes. ¿Como puede ser que los lariunis hablen y
escriban en castellano?
–Caste...
¿que?
–Castellano,
ese es mi idioma.
El
tarrasi se quedó pensativo un momento.
–Mira
la primer letra que hay escrita en el cuenco y dime cual es. –Le
pidió él.
–La
C. –respondió ella con rotundidad.
–Ahora,
mirando el cuenco ¿Puedes describirme como está dibujada?
–Pues,
sí. Es una espiral con...
La
niña se sorprendió al darse cuenta de que lo que tenía enfrente
era realmente otro lenguaje con un alfabeto totalmente diferente, y
aún así podía leerlo perfectamente, como si se tratase de su
lengua materna.
–¿Como
es posible? –preguntó con asombro.
–Don
de lenguas, supongo. Es la habilidad de hablar y leer todos los
idiomas, no importa lo exótico, extraño o intrincado que sean. Es
un don muy raro, puede que tú seas uno de los poquísimos seres que
lo tienen en todo este mundo.
–¿Conoces
a alguien más que lo tenga?
–Bueno,
no exactamente, pero sospecho
de que tal
vez Saila
también
lo posee.
Muchos
creen
que no hay cosa que “la dama del bosque” no pueda hacer.
–Pero...
¿Por qué? ¿Por qué de pronto puedo hacer algo como esto?
–No
se, quizás siempre pudiste pero nunca te diste cuenta, o puede que
sea parte del hecho de ser reina de los lariunis. Sus leyes están
imbuidas de una gran magia, una tan antigua como el mundo mismo.
Era
posible, sabía que la ley era mágica, las cuerdas de Markius así
lo atestiguaban... Markius... ¿Que le habría pasado a su buen
amigo?
–¿Sabes
algo de Markius?
–Solo
que se salió del camino en dirección sur pero luego de un corto
trecho perdí su rastro.
–¿Crees
que...? –La niña no pudo terminar la pregunta, aunque no
quisiera, se imaginaba lo peor.
–No
lo creo, la verdad es que los arbóreos hicieron un desastre con el
terreno, así que es una suerte el que pudiese seguir su rastro esa
corta distancia. Supongo que tendremos que confiar en sus
capacidades. Los lariunis saben manejarse bien en el bosque. Estoy
seguro que nos lo cruzaremos camino a la ciudad.
–¿De
veras me acompañarás hasta la ciudad? –Íthar solo les había
dicho que le había prometido a Saila escoltarlos fuera del bosque,
así que una vez estando afuera de este ya no se hallaba atado a
promesa alguna. Podía irse y dejarla si así lo quisiese.
El
tarrasi emitió una risa grave y salvaje.
–Créeme
pequeñaja, si Saila se llega a enterar de que te dejé a tu propia
suerte, no va ponerse muy contenta conmigo. Nadie que tenga un poco
de inteligencia y haga buen uso de ella se arriesgaría a hacer
enojar a “la dama del bosque”.
Iris
lo abrazó en agradecimiento, hundiendo así su cara en el áspero
pelaje del animal. Ya le había perdido todo el temor que había
sentido al encontrárselo en el camino.
–Eh...
Sería mejor que mantuvieras la distancia –Le advirtió el tarrasi
con seriedad para luego agregar socarronamente –recuerda que para
los lariunis soy una bestia salvaje y sin corazón...
–¿Tan
mal concepto tienen de tu pueblo?
–Sí,
y sinceramente preferiría que siguieran pensando así.
–¿Que?
¿Temes terminar con un montón de niños lariunis abrazándote con
fuerza y rascándote detrás de las orejas?
–Sí,
y también jalandome
la cola –exclamó con una risotada. –Ahora duerme otro poco, nos
pondremos en marcha al alba.
Iris
se volvió a echar sobre la hierba y siguió dormitando de a ratos,
al amparo del pelaje de su nuevo amigo.
Existe
un viejo dicho entre los lariunis: “Contra un arbóreo, nada mejor
que otro arbóreo”. Markius, nunca pensó que terminaría empleando
el significado más literal de la frase. Casi no lo logró. Suerte
que pensó en darle un uso práctico a su querida lónada.
El
lariuni saltó desde lo alto del tronco directamente hacia el arbóreo
mas cercano, intentó aferrase con su mano libre pero rebotó contra
una de sus ramas, entonces lanzo la lónada para que se quedara
encajada en otra rama más baja.
Así
quedó, colgado de sus propias cuerdas, y con un gran esfuerzo pudo
usarlas para alcanzar la rama y aferrarse al cuerpo del arbóreo.
Trepó por él con mucho cuidado mientras este no dejaba de
balancearse con cada paso que daba.
Fue
al llegar a la altura de su cabeza cuando, por primera vez, pudo
escuchar su profunda y vieja voz.
–Fuego...
Fuego... –repetía lentamente por encima del ruido de las pisadas y
de la madera de los arboles quebrándose frente a su paso.
Markius
sabía que los arbóreos podían hablar, pero se comentaba que solían
decir muy poco y solo cuando había gran necesidad, casi siempre con
una lentitud exasperante.
Pero escuchar esa mágica voz por primera vez era algo que no se
podía describir con palabras.
–Siento
incomodarte, pero necesito que me acerques hasta los lindes del
bosque.
El
arbóreo pareció ignorarlo y solo continuó repitiendo aquella misma
palabra
–Fuego...
Fuego...
–Veo
que será inútil intentar una conversación, así que, si no te
molesta, me quedaré por aquí arriba hasta que te calmes.
Al
no recibir una respuesta dio por sentado de que al arbóreo no le
importaba en lo más mínimo, así que busco una rama lo mas cómoda
posible y se asió con fuerza para no caerse. Desde allí podía ver
avanzar al mar de arbóreos que avanzaban en estampida, arrasando con
los arboles del bosque que no les podían plantar cara.
Sabía
que estas estampidas se daban de tanto en tanto pero jamás había
presenciado una, y loco sería si lo hubiese intentado. Hasta ahora
había sobrevivido por pura suerte... y quizás también por un
poquito de ingenio.
Deseó
de todo corazón que Iris hubiera escapado a salvo de la estampida y
que el tarrasi lograra cumplir su palabra.
Varias
horas pasaron hasta que el arbóreo comenzó a dar signos de
agotamiento. Al parecer la manada entera se había dispersado de tal
forma que ya no podía ver a ningún otro arbóreo cerca.
Hizo
un rápido calculo mental y tomando en cuenta el largo de los pasos
de un arbóreo, la velocidad a la que caminaba y las horas
transcurridas, comprendió que había viajado tan al sur que ya se
encontraría a la altura de la ciudad o, más probable aún, la
habría pasado de largo.
–Rápida
manera de viajar –Dijo maravillado y al intentar incorporarse
replicó –pero nada cómoda...
–Gracias
por el viaje, mi estimado amigo –se despidió del arbóreo.
Lentamente
y con cuidado fue descendiendo, esperó la oportunidad y saltó desde
una de las ramas más bajas, aterrizando de pie con suma suavidad.
Encaró
hacia el este con paso presuroso, dirigiéndose hacia los lindes del
bosque pero no llegó a recorrer más que unos pocos metros antes de
que escuchara una voz conocida a su espalda que le provocó un
terrible escalofrío.
–Pues...
miren lo que nos trajo el arbóreo...
Iris
despertó con las primeras luces del alba y lo primero que vio fue
los ojos ambarinos de Ithar observándola.
–Esperaba
a que despertaras. –Dijo el Tarrasi. –Si partimos ahora
llegaremos a la ciudad antes del mediodía.
La
niña se desperezó y se sentó, a su lado encontró el cuenco lleno
de agua y un par de las mismas frutas que le había dejado Ithar la
tarde anterior.
–Lamento
que no haya otra cosa para desayunar, quizás tengamos más suerte
camino a la ciudad y encontremos algún arbusto de bayas dulces.
–No
te preocupes estas “como se llamen” son suficientes.
–Son
“tagnas” y suelen ser abundantes en el bosque pero el paso de los
arbóreos hizo un desastre con los arboles que las producen.
Luego
del desayuno se pusieron en camino. Ithar le contó que los
pastizales se extendían por toda la gran llanura, desde el bosque
hasta los pantanos de Ruón, al este, y desde las montañas heladas
del norte hasta la costa del cálido mar, al sur.
–Los
pantanos son peligrosos, hay algunos caminos transitables pero el
terreno es muy traicionero. –Le
explico el tarrasi –No
te recomiendo ninguno de ellos. Lo
mejor es rodearlos por el sur siguiendo la costa.
–No
te preocupes, solo pienso ir a Lariún, aunque me gustaría ver las
montañas, nunca las he visto.
Íthar
hizo un largo silencio.
–Escuchame
bien, nunca te acerques a las montañas del norte... cosas malas
suceden en ese lugar.
–¿Cosas
malas?
–Piénsalo
de este modo,
si Saila
no se atreve a poner pie allí, podrás imaginarte que tan malas son.
Iris
no podía
imaginarse algo tan terrible como para que Saila
no le hiciera frente. Parecía
preocuparse mucho por los lariunis, como si fuera su guardiana, su
protectora. Pero
si
lo que hubiese allí
no hacía peligrar al pueblo de Markius,
tendría sentido el ahorrarse la molestia y dejar ese lugar
tranquilo...
Pero
en el fondo, Iris
tenía la sensación de que la responsabilidad de la dama del bosque
se extendía mucho más allá del pueblo de Lariún
y, si así era,
entonces
las montañas del norte guardaban algo sumamente perturbador.
Siguieron
caminando con rumbo sur paralelos al camino pero manteniendo una
buena distancia
de él. Íthar
le dijo que el camino era muy frecuentado por los lariunis y el
dejarse ver podría
desencadenar el pánico en la zona. No
es que le importara evitarlo, pero prefería llevarla a la ciudad lo
más rápido posible,
“y
sacarse el problema de encima” intuyó ella, pero no lo culpaba, ya
había hecho mucho más de lo que debía.
Dos
horas después
empezaron a ver algunas casas de piedra y madera desperdigadas por la
llanura pero el camino al igual que los alrededores
estaban desiertos, los lariunis brillaban por su ausencia.
Íthar
se hallaba intranquilo, e Iris
supuso que se debía
probablemente a la extrema calma.
A
lo lejos comenzó a divisar
la ciudad, las casas comenzaban a estar más
cerca unas de otras y en el centro se destacaba lo que parecía
ser una torre blanca que relucía
bajo el sol de la mañana.
–Es
extraño, no hemos visto ni a una sola persona, sería mejor que
volviéramos
al camino. –Recomendó
él.
Ambos
retomaron la senda que conducía a la ciudad y apuraron un poco el
paso.
Ahora
las casas comenzaban a apiñarse unas al lado de las otras a los
lados del camino, tenían las puertas y los postigos de las ventanas
cerrados y no parecía
haber ni un alma a la vista
De
pronto se encontraron con un murallón de piedra un tanto deteriorado
que se extendía hacia este y oeste y en el centro frente a ellos una
alta arcada que daba acceso a la ciudad propiamente dicha. A
Iris
le hizo acordar a los muros de los castillos que había
visto en la televisión.
La
entrada se encontraba tan desierta como las casas que habían
encontrado a los lados del camino. Era extraño que no hubiese
guardias custodiando, sino fuera por seguridad, al
menos por
simple protocolo. Era
evidente que algo raro estaba pasando y
la niña comenzó
a sentir que el trabajo que le habían pedido llevar a cabo le
empezaba a quedar grande.
Iris
respiró
profundamente y luego cruzó el umbral; y
para
su suerte y calma, Íthar la siguió.
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