«Iris y las marionetas»
Capítulo 1:
«Markius»
Iris
abrió sus bellos ojos marrones y luego los volvió a cerrar. Los
abrió nuevamente y se convenció de que el bosque que se encontraba
a su alrededor era real.
Todo
había pasado muy rápidamente, primero estaba en su habitación
jugando con sus muñecas y al momento siguiente se encontraba en un
hermoso bosque de árboles muy altos. Solo recordaba un destello
blanco, como el flash de una cámara fotográfica, que le obligó a
cerrar los ojos y al abrirlos nuevamente su habitación había
desaparecido.
Una
dulce brisa de primavera acarició sus largos cabellos castaños,
haciéndola sonreír. Las flores cubrían cada parche
de suelo iluminado por los rayos de sol que se filtraban entre las
copas de los árboles. Las había de todos los colores, verdes,
rojas, amarillas, azules, incluso había unas muy hermosas que
tenían, en sus pétalos, los siete colores del arco iris. La niña
tomó una y se la puso en pelo sujetándola con una hebilla. Desde
ese momento esa sería su flor preferida.
Los
árboles tenían troncos muy anchos de colores que iban del verde al
azul, con hojas pequeñas de colores rojizos y dorados y entre sus
ramas cantaban cientos de pájaros, con voces esplendorosas, haciendo
que sus diferentes melodías se entremezclasen creando la más
maravillosa sinfonía.
Caminó
rodeando los árboles, maravillándose con cada nuevo color que
divisaba, cada sonido nuevo que oía, y cada fragancia que su nariz
captaba, haciendo que su corazón se acelerara de alegría.
Entonces,
cuando se distrajo observando a una especie de ardilla de color
violeta, se tropezó con algo... o alguien.
–Lo
siento no te vi –se
disculpó.
Al
principio había creído que se trataba de un joven que se hallaba
recostado contra un
árbol pero, al mirarlo con detenimiento, se dio cuenta de que se
asemejaba más a un
muñeco de madera vestido con ropas de color gris oscuro. Había un
gran embrollo hecho de hilos que parecían sujetar algunas de las
partes de su cuerpo y a su lado una especie de cruz hecha con tres
maderas que tenían más hilos atados en sus extremos. No cabía
duda, no era solo
un
muñeco, era una marioneta.
Iris
se preguntó por qué alguien se tomaría el trabajo de construir una
marioneta del tamaño de una persona para luego dejarla abandonada. A
pesar del hecho de
que las cuerdas estuviesen cortadas y enredadas, parecía
estar en muy buen estado. No debería ser mucho problema el
cambiárselas por unas nuevas.
–Ayúdame
–suplicó
una voz.
La
niña sobresaltada, miró a su alrededor intentando encontrar a la
persona que había hablado.
–Ayúdame
–volvió
a repetir
la
voz.
Iris
miró nuevamente a la marioneta tendida frente a ella y descubrió
que ésta tenía los ojos abiertos y la miraba fijamente.
–Ayúdame,
por favor –sonó
la dulce voz de la marioneta. –Sé que está mal que lo hagas, pero
ya no puedo soportar seguir así.
–¿Así,
como? –le
preguntó intrigada.
–Así,
inmóvil –le
respondió la marioneta.
–Lo
siento, pero no creo que tenga la altura y la fuerza necesaria para
que pueda moverte –se
disculpó Iris.
Le
entristecía el hecho de no poder hacer nada por ella.
La
marioneta la miró confundida.
–Nunca
te pediría eso –le
remarcó seriamente. –Puedo moverme por mi mismo... bueno, al menos
podía antes de que cortaran mis cuerdas.
La
niña pensó un minuto.
–Entonces
creo que puedo ayudarte –le
dijo mientras se sentaba a su lado y comenzaba pacientemente a
desenredar, una por una, las cuerdas de la marioneta. –No tengo
cuerdas para cambiártelas pero supongo que unos cuantos nudos
servirán.
–Haz
lo que puedas, gracias...
–¿Tienes
nombre? –le
preguntó Iris.
–Todos
me llaman Markius –respondió
la marioneta.
–Mucho
gusto, señor Markius, mi nombre es Iris –se
presentó.
–Eres
una niña. ¿Verdad? Una niña humana –preguntó
con cierta timidez.
–Sí,
señor –le
respondió mientras terminaba de liberar una de las cuerdas.
–Eres...
diferente –observó
pensativo.
–Bueno,
sí. Yo no necesito cuerdas para poder moverme –afirmó
ella.
–No
me refiero a eso. Lo que quiero decir es que eres mucho más amable
que el otro niño –le
aclaró Markius.
–¿Otro
niño? –preguntó
intrigada.
–Sí,
su nombre es Francisco y es el rey de nuestro pueblo.
–¿Entonces
hay más gente como yo en este lugar? –preguntó
echando una mirada a su alrededor.
–No,
solo nuestro rey.
–¿Y
por qué dices que no es amable? –indagó
ella con curiosidad.
–Pues
mírame –respondió
simplemente, Markius.
–¿Estas
diciéndome que ese niño te hizo esto? –le
preguntó sorprendida. – ¿Que clase de niño malcriado puede
hacerte esto y llamarse rey?
–Pues
dímelo tú, yo solo conozco a uno –respondió
Markius con una media sonrisa y ambos se rieron.
Mientras
Iris terminaba de desenredar las cuerdas y las unía con un fuerte
nudo según le indicaba Markius, este le contó sobre su pueblo y ese
desagradable niño al que habían nombrado rey.
En
el reino de Lariún siempre había existido la paz y los lariunis,
nombre que se daban las marionetas a sí mismas, habían sido felices
desde tiempos inmemoriales. La ciudad de los siete colores era su
capital y se hallaba en las cercanías del bosque donde ellos se
encontraban.
En
el centro de la ciudad había una gran torre blanca y en la sala
principal de la torre había un pequeño altar donde se hallaba un
libro con un
símbolo
grabado
con los siete colores del arco iris.
Allí
decía que sólo un humano podía ser nombrado rey y que sólo este
podía crear o cambiar las
leyes. Esa era la más antigua ley lariuni y la más sagrada para el
pueblo de Markius.
La
ciudad de los siete colores fue edificada alrededor de la torre de la
ley, pero no
se recordaba haber tenido
un rey hasta hacía unas pocas semanas, cuando un niño llamado
Francisco llegó a la ciudad.
Los
lariunis no dudaron en nombrarlo rey, pues lo dictaba su ley, pero al
pasar el tiempo muchos de ellos se arrepintieron. Francisco no fue el
buen rey que ellos
esperaban. Era muy egoísta, no le importaba más que satisfacer sus
propios
caprichos
y no hacía nada por ellos.
–El
círculo de los siete sabios me eligió como consejero del rey.
–¿Qué
es eso de los siete sabios?
–Los
siete sabios son los guardianes del libro. Conocen de principio a fin
cada una de las leyes que están escritas en él. Yo era uno de sus
estudiantes, uno de los mejores. Por eso me eligieron como consejero,
para que le enseñase nuestras leyes al rey. De más esta decir que
fracasé en mi tarea. Francisco no escucha a nadie, se torna
imposible tratar con él.
–¿Y
por qué, simplemente, no lo echan del reino?
–Pues
porque nuestra ley nos lo prohíbe. Una vez coronado un rey no puede
ser removido del trono por ningún lariuni.
–Menudo
problema, entonces.
–En
efecto.
Luego
de una hora de batallar con las cuerdas, Iris hizo el último nudo.
–¿Y?
¿Que tal? –preguntó
bastante satisfecha con su trabajo.
–Mmm...
Markius
movió los brazos.
–Pareciera
que bien.
Con
suma agilidad se puso de pie.
–¡Pues
más que bien!
–¿Sabes?
Hay algo que no entiendo. ¿Cómo es que puedes moverte solo?–
preguntó
ella intrigada.
–¿A
qué te refieres?
–Bueno...
pues sucede que de donde yo provengo las marionetas sólo se mueven
si alguien las controla.
–Sí...
algo similar nos contó Francisco cuando lo vimos por primera vez.
Suponemos que se debe a que los lariunis de tu mundo no tienen una
Lónada como la nuestra.
–¿Una
qué?
–Lónada
–dijo
tomando la cruz doble a la que estaba unido.
–Pues
sí tienen.
–Pero
no deben
ser mágicas –advirtió
él.
–Eh...
y no, supongo que no lo son.
–Para
mí lo verdaderamente increíble es que tú puedas moverte sin una
–exclamó Markius e Iris no supo que contestarle.
Se
hizo un corto silencio antes de que la niña preguntara:
–¿Y
es así como llegue aquí? ¿Con magia? –a
esta altura, parecía la única explicación posible.
–Pues
sí, o al menos eso creo... pero será mejor que no nos entretengamos
con eso, primero debemos buscar refugio antes de que anochezca.
Iris
observó a su alrededor y notó que no faltaba mucho para que cayera
la noche.
–¿El
bosque es muy peligroso por la noche?
–Pues
sí, si te descuidas los arbóreos podrían aplastarte de un pisotón.
–¿Arbóreos?
–Árboles
caminantes, les gusta pasear de noche y como son bastante cortos de
vista tiende
a no
divisar ninguna
cosa
que
sea más
pequeña
que un Rilenuil.
–¿Rile...
qué?
–Rilenuil,
es un animal herbívoro
de
tres metros de altura. En fin... sígueme. Conozco a alguien que nos
dará albergue en su casa.
Iris
le dio un nuevo vistazo al bosque y pudo notar que las sombras
comenzaban a extenderse lentamente, por lo que se apresuró a seguir
a Markius. No sabía a donde la llevaba
pero pensaba que no podría
ser peor que terminar siendo aplastada por el pie (o la pata) de un
árbol caminante.
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